KEPA ARBIZU
No es fácil ponerse delante de un nuevo disco de Bob Dylan (es ya su número 35). No se puede dejar de lado que es parte de la carrera de unos de los últimos iconos vivos del rock y que por lo tanto está llamado a ser escuchado a lo largo de los años por millones de personas y a tener un sitio privilegiado en las páginas de la historia de la música. Ante este tipo de situaciones, lo más aconsejable suele ser obviar todos estos condicionantes y escuchar su contenido salvando todos los apriorismos que lo rodean.
Es de sobra conocido que tras Bob Dylan se encuentra en realidad Robert Zimmerman . Lo es un poco menos que lo mismo se puede decir de Jack Frost, pseudónimo que utiliza cuando se “disfraza” de productor. Algo que lleva haciendo de manera ininterrumpida en los últimos años. Para la grabación de este nuevo trabajo se ha rodeado de la banda habitual que le acompaña en sus giras (Tony Garnier, George G. Receli, Donnie Herron, Charlie Sexton y Stu Kimball) más la incorporación de David Hidalgo, integrante de Los Lobos, que ya estuvo presente en el anterior “Together Through Life”.
Todos estos datos por separado pueden no tener una gran relevancia pero sí que completan una sensación que se desprende al escuchar este álbum, y es que si bien se encuadra con facilidad en esta última época, la que comienza con el “Time Out of Mind”, es cierto también que tiene un carácter más variado que sus antecesores y que eso es consecuencia de cierta querencia por englobar todas las características musicales que han ido apareciendo en sus últimas grabaciones, tales como un gusto por lo sombrío y/o siniestro, la épica, lo recargado, clichés estilísticos o cierto mestizaje (por el camino de Nueva Orleans).
Por si todo esto fuera poco las recién editadas canciones esconden una literatura cuidada, densa, casi megalítica, donde los pasajes oscuros y por momentos apocalípticos prevalecen y se manifiestan junto a la representación de iconos tan significativos en la historia reciente como John Lennon o el hundimiento del Titanic. Más matices que completan esa percepción de inabarcable y auténtico crisol de emociones que contiene este disco.
Hay un núcleo de canciones que se pueden encuadrar en ese gusto de Dylan por homenajear o recrear estilos muy concretos y significativos de la música popular americana. En su vertiente blues nos encontramos con la añeja “Duquesne Whistle”, coescrita con el ex Grateful Dead Robert Hunter, que se mueve por terrenos más jazzísticos, idóneos para aumentar esa habitual de “faceta de “contador de historias” del intérprete norteamericano. Con un aire sureño, denso y polvoriento está “Narrow Way”, en la que su lírica, basada en la historia de una cruda huida hacia adelante, casa a la perfección con el acompañamiento musical. En “Early Roman Kings” se mezcla el clasicismo de la escuela de Chicago, made in Muddy Waters, con el “mestizaje” de Clifton Chenier, gracias en parte a la labor del “lobo” David Hidalgo. “Soon After Midnight” es un canto romántico de rock and roll con sabor puramente a los 50.
El otro grueso de composiciones enraízan principalmente con el folk y el rock para crear diferentes tonalidades y sensaciones. “Long and Wasted Years” transmite una épica evidente, todavía más agrandada por la forma en la que Dylan canta, cercana a una declamación. Sigue siendo un elemento prioritario (lo es en casi la totalidad del disco) la voz de Dylan en la intensa “Pay in Blood”, sonando aguardentosa y en la que cada verso se comporta como una auténtica cuchillada: Todo ello puesto a disposición de una historia truculenta de venganza. El romanticismo decadente es el sentimiento que domina “Scarlet Town”, un relato “gótico norteamericano” de un pueblo imaginario. Con una instrumentación menos evidente y con una tonalidad cruda, al estilo de Captain Beefheart o Tom Waits, suena “Tin Angel”. “Tempest” se ayuda del folk irlandés para crear un retrato coral, durante casi 14 minutos, de lo sucedido en el hundimiento del Titanic. El epílogo vendrá de la mano de la emotiva “Roll On John”, dedicado a John Lennon y en la que utiliza versos de algunas canciones de The Beatles para conformarla.
Sería una locura y algo sin demasiado recorrido pretender, en caliente y recién estrenado este “Tempest”, discernir cuál es la importancia, tanto en comparación con lo anteriormente editado como en la supuesta repercusión en lo posterior (si es que lo hubiera), que tiene en la discografía de Dylan. Lo que es indudable es que el músico, a sus 71 años, ha dado vida a un disco complejo, con momentos magistrales, desbordante en lo literario y en lo musical y que a priori no da señales, ni mucho menos, de estancamiento creativo. Muy al contrario, se podría hablar de una reinvención de sí mismo tras procesar todo lo realizado en los últimos años.
Escrito originalmente para: http://www.culturamas.es/blog/2012/09/11/tempest-un-bob-dylan-poliedrico-e-inabarcable/