27 ago 2010

"The final frontier". Iron Maiden, la bestia sigue suelta


KEPA ARBIZU



Iron Maiden cuenta con un punto a su favor muy importante, y es el de ser un grupo al que casi cualquiera, por muy alejado al heavy o al rock que se encuentre, en algún momento de su vida ha escuchado o ha pasado por sus manos una cinta, vinilo o cd; tiene alguien cercano que es fanático de los ingleses o se ha quedado mirando alguna de sus impactantes portadas, también impresas en camisetas. Este es un terreno, el de la promoción a gran escala, que ya lo tienen logrado y del que muy pocas bandas pueden alardear.

Surgidos a finales de los 70, son junto a Judas Priest o Motörhead uno de los buques insignias de la llamada Nueva Ola del Heavy Metal Británico. En la actualidad sólo Steve Harris y Dave Murray permanecen de la formación original y se puede decir que están inmersos en una nueva época, la que da comienzo con el regreso de Bruce Dickinson a la banda en las postrimerías del siglo XX.

Cada nuevo lanzamiento de un grupo mítico, y no cabe duda de que Iron Maiden lo es, suele traer consigo una atención desmedida por parte de sus seguidores. Para no romper la norma con este tipo de novedades, han sido divergentes las opiniones vertidas sobre el nuevo disco de los ingleses.

No parece lógico esperar que la banda vuelva a grabar discos como “The number of the beast” o “Piece of mind”, con los que consiguieron a base de contundencia sorprender a un buen número de gente. Tampoco tiene mucho sentido desdeñar casi por contrato cualquier novedad que presente el grupo, achacándoles una supuesta pérdida de su identidad original.

Este nuevo disco, “The final frontier”, intenta cabalgar entre dos tierras, una con la que trata de mantener el legado clásico de la banda y otra consistente en adaptarse e instalarse en esa “nueva” forma de construir sus canciones, más largas, más rebuscadas y más cercanas, a lo que de una manera un poco general, se llama rock progresivo.

Las hostilidades se abren con “Satellite 15... The final frontier”, un tema en el que una introducción de casi cinco minutos rompe algo el ritmo, debido en esencia a que no casa del todo bien con el tono general, pero que una vez arranca alcanza un buen ritmo y deja a las claras que todavía la voz del multidisciplinar Bruce Dickinson (piloto, practicante de esgrima, escritor) sigue en forma.

“El Dorado” transmite un sensación más desasosegante por medio de su guitarra de ritmo trotón. “Mother of Mercy” comienza como un medio tiempo que va adquiriendo tensión aunque sin llegar nunca a explotar del todo. “Coming home” es uno de los momentos álgidos del disco, se trata de una canción épica perfectamente interpretada. Más acelerada que ninguna otra suena “The alchemist”.

Este trabajo se puede dividir en dos partes más o menos diferenciadas, una de ellas la formada por los temas hasta ahora comentados y la otra la que comienza con “Isle of Avalon”, en la que las estructuras musicales son más complejas, tienen alteraciones de ritmo y la longitud y la densidad aumentan. Así sucede con las últimas cinco canciones, en las que como en “Starblind” hay cambios abruptos de ritmo en busca de una majestuosidad en el resultado final. y en “When the wild wind blows”, que pone punto y final al álbum y que es la representación más palpable de estas características.

En definitiva, sólo acercándose sin complejos y sin ideas preconcebidas se puede disfrutar de este nuevo disco de Iron Maiden que si es cierto que no estará entre su lista de indispensables sí se le puede sacar un buen rendimiento y disfrutar ampliamente de su escucha.


Escrito originalmente para:
http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article17748