10 jun 2013

Phil Ochs, la historia más triste del folk



KEPA ARBIZU

El “antihéroe” es un tipo de personaje que habita de forma habitual la ficción. Evidentemente es el espejo de lo que sucede en la vida real, y el mundo de la música, tan aleatorio en lo referente a la fama y el éxito, es un campo de cultivo idóneo para su aparición. Esa sensación todavía podrá hacerse más patente si por casualidad a uno le toca compartir época con algún personaje representativo. Hasta aquí coincide a la perfección con el relato de lo que supuso la carrera de Phil Ochs, que compartió contexto, musical y generacional, con todo un icono cultural como Bob Dylan. Un nombre que aparecerá de manera recurrente en su biografía con connotaciones muy diferentes según el momento.

No es una historia fácil ni mucho menos alegre la de este músico nacido en el año 1940 en El Paso (Texas). Una época en la que se produce la II Guerra Mundial y Estados Unidos todavía sufre las consecuencias de la Gran Depresión. Un entorno desestabilizador que todavía toma cotas más reseñables respecto a su persona debido a la figura de su padre, afectado de desequilibrios psíquicos tras su participación en la contienda bélica. Primeros detalles que marcarán una vida.

La entrada en la universidad de Ohio del joven Phil Ochs para estudiar periodismo hará cambiar, o aumentar sustancialmente, sus influencias y gustos. Si hasta ahora era el cine e ídolos comunes a muchos como el de John Wayne, rápidamente la poesía, la literatura de los beatniks y especialmente el country, comienzan a formar parte de su engranaje intelectual. En ese proceso tendrá una influencia importante la aparición del músico Jim Glover, que se convertirá en su mentor intelectual, con el que escuchará las canciones de gente como Woody Guthrie o Pete Seeger y las soflamas que se esconden en ellas.

El perfil de Phil Ochs está quedando cincelado definitivamente y a esos músicos que descubre, o lo que es lo mismo el folk tradicional, hay que añadir el bagaje personal que lleva a sus espaldas, que además de lo comentado también se encuentra el rock and roll, con figuras como Elvis Presley o Buddy Holly. Si a esto añadimos las preocupaciones políticas que empiezan a aflorar en su mente vamos construyendo un “retrato robot” bastante fidedigno del músico en el que poco a poco se irá convirtiendo. Un perfil que no es extraño que acabe por ser aceptado en el movimiento de la Greenwich Village. Pronto será parte integrante del grupo que forman nombres ilustres como Joan Baez o Bob Dylan y sus pasos le llevarán a tocar en el prestigioso Festival de Newport (lo hará diferentes años). Todo indica que la carrera de Ochs comienza con buen pie, pero pronto aprenderá que su camino está marcado por una estrella algo errática.

Su primer disco saldrá publicado en 1964. En esa primera época (que englobará sus tres trabajos editados por Elektra) sigue a rajatabla la ortodoxia de un sonido folk sobrio y acústico, compuesto principalmente por su voz y guitarra, además de un empeño por tratar, y denunciar, la realidad social de la época. Su álbum “All the News That´s Fit to Sing” ya es significativo desde su título, del que se desprenden algunas cualidades esenciales del intérprete, como es la ironía, jugando con las palabras que acompañaban a la cabecera del New York Times, y de paso dejar clara su vocación de periodista, un deje del que sus canciones de los inicios estarán totalmente empapadas.

Se trata de un trabajo que visto con el paso del tiempo puede pecar de cierta descontextualización precisamente por ese afán de ceñirse a la realidad social del momento. Entre sus composiciones habrá referencias a personajes de la época (“Lou Marsh”, “Ballad of William Worthy” o “Too Many Martyrs”) o a situaciones que suscitaban polémica por aquel entonces (“Talkin’ Vietnam”, “Talkin’ Cuban Crisis”, “Bullets of México”...). Pero por encima de todo se vislumbra a un cantautor con un gran sentimiento e intensidad y con una manera peculiar de cantar, precisamente en esa dirección, como se puede comprobar en temas como “Power and the Glory” o “Bound for Glory”.

Un año después aparece “I Ain’t Marching Anymore”, un trabajo que continúa esa misma senda clasicista pero en el que es imposible no advertir la evolución y la dedicación por pulir su sonido. Siguen las soflamas políticas (aquí con un talante claramente pacifista o antibélico) como la espectacular canción que da nombre al disco, “Draft Dodger Rag” o “Here’s to the State of Mississippi”. "That Was the President", está dedicada a John F Kennedy tras su muerte, un personaje al que siempre admiró . También se vislumbrará un interés por acentuar un lado poético e íntimo como se ve en “Iron Lady” o “In the Heat of the Summer”.

1965 va a ser un año muy importante para la música folk y también tendrá consecuencias trascendentales para nuestro “antihéroe”. Estamos ante la fecha en que, durante el festival de Newport, del que fue excluido el texano, Bob Dylan decide electrificar su sonido y de paso poner patas arriba a dicha escena musical, que por una parte “lapida” al músico y por otra pone los mimbres para descubrir un nuevo sonido. Son tiempos convulsos, y a pesar de la defensa que Phil Ochs hace de la decisión tomada por Zimmerman, aunque él de momento sigue adscrito al lado tradicional, su relación va a estallar definitivamente. Ya sea por el endiosamiento de uno, las ganas de alcanzar cierto reconocimiento del otro e incluso los celos en cuanto a la figura de Joan Baez, la situación se precipitó y Dylan atacó donde más dolía, que era la autoestima de Ochs, espetándole que era sólo un periodista y no un “folksinger”. Algo que no pasará por ser sólo una pelea entre dos sino un cambio en la relación del nacido en El Paso con buena parte de su entorno.

El último capítulo de ese tríptico de estilo clásico llega con “Phil Ochs in Concert”, un disco que a pesar de lo que expresa el título contiene cortes grabados en directo y otros en estudio. En ese camino claro a expandir su sonido nos podemos encontrar abiertamente con composiciones de amor (“Changes”) e incluso más íntimas o poéticas como “There But For Fortune”, que Joan Baez la popularizaría al versionarla. Evidentemente todavía continúan sus rudas y directas letras de calado político, ya sea en su versión más incisiva (“Ringing of Revolution”, “Cops of the World”) o, y quizás aquí resida uno de las grandes novedades, con un tono abiertamente irónico y casi humorístico como la genial “Love Me, I’m a Liberal”. Son elementos que dejan claro que el mundo artístico de Phil Ochs va a estallar y lo va a tener que hacer fuera del sello Elektra, del que se despedirá con este disco, todavía dentro de lo cánones ortodoxos construidos sobre el sonido acústico de voz y guitarra.

Cansado de Nueva York, el músico tomará rumbo hacia Los Ángeles, donde grabará “Pleasures of the Harbor”, un disco que supone un cambio radical en su estilo y todo un “shock” para un artista que hasta ese momento había hecho del folk tradicional su seña de identidad . Para este nuevo rumbo se va a hacer acompañar de un equipo que le ayude y sepa sacar todo el jugo a sus novedosas ideas. Entre ellos estará el productor Larry Marks (The Flying Burritos Brothers, Lee Hazlewood, Randy Newman...), los arreglistas Joseph Byrd e Ian Freebairn-Smith además del pianista Lincoln Mayorga, un instrumento éste que ejercerá de guía en buena parte de las composiciones.

Este trabajo va a beber de muy diversas influencias, abarcará desde el jazz hasta el rock and roll, tratadas a través de una instrumentación abigarrada en busca de muy diversas sensibilidades y dando vida, incluso, a canciones de larga duración. En cuanto a las temáticas que tratará también sufren un cambio sustancial. Su incisiva mirada social se alambica mucho más, y aunque sigue latente, se diluye en un discurso más sofisticado y por momentos angustioso. Eso no impide que uno de los momentos estelares sea “Outside of a Small Circle of Friends” , en el que saca toda su acidez para arremeter contra ese pasotismo burgués totalmente alejado de lo que no es su propio entorno. Para desarrollarlo se servirá de un estilo a medio camino entre el jazz y el swing, algo que también hará en “Miranda”.

Pero lo que sobresale en el disco es principalmente ese tipo de composiciones románticas, con profusión de instrumentos, como “Flower Lady” o “I’ve Had Her”. Mención especial se necesita para citar al tema que cierra el disco, “The Crucifixion”, aderezado con todo tipo de sonidos que aparecen deslavazados y que consiguen dar el tono de asfixia necesario. Una narración sobre el auge y caída del ídolo y en el que es muy fácil ver sobrevolar la figura de John F. Kennedy.

En enero de 1968 sucedió otro hecho, uno más de los pequeños varapalos que iba ya acumulando, que afectó de manera importante al cantautor. Al concierto celebrado en el Carnegie Hall homenaje a Woody Guthrie no fue invitado, al contrario que otros muchos que sí aparecieron por ahí (Bob Dylan y The Band, Peter Seeger, Judy Collins..). Un hecho todavía más sangrante si tenemos en cuenta que probablemente nadie como él había cogido el testigo con tanta fidelidad y calidad del mítico compositor. Tener que asistir como público a un evento así le apenó de forma muy profunda.

Ese mismo año publicará “Tape from California”, que como suele suceder en estos casos en los que ha habido una ruptura evidente con el sonido hasta ese momento habitual, intentará lidiar entre ambos terrenos (pasado y presente) y obtener de ambos características para crear en esta ocasión el que es para muchos su mejor y más conseguido álbum, precisamente por la compensación que logra entre los dos ámbitos, el tradicional y el más elaborado. Para ello se rodeará de prácticamente los mismos acompañantes que tomaron parte en su predecesor.

Las menciones y homenajes a personajes clásicos de la luchas sociales continúan (“Joe Hill”), al igual que las proclamas pacifistas, presentes principalmente en la soberbia “The War Is Over”, que aparece acompañada de una melodía de reminiscencias claramente bélicas. Lo que se hace inevitable es no ser consciente del declive moral que empieza a acusar el músico. Un tono que acaba por permear en canciones como “White Boots Marching in a Yellow Land” y que terminará por tomar cotas realmente apocalípticas en las figuras que maneja en la larguísima, más de trece minutos, “When In Rome”.

Se está vivienda una época revuelta políticamente hablando, plagada de acontecimientos y respuestas ciudadanas. Un contexto idóneo para que Phil Ochs saque su lado más militante. Lo hará, por ejemplo, tomando parte de una nómina de intelectuales y artistas que se adscriben al recién formado Youth International Party, más conocidos como “yippies”, que pretendía aglutinar ese descontento y creciente sentimiento antiautoritario. En un contexto más cercano a la “Realpolitik”, el músico también tomará partido en la importantísima celebración de la Convención Nacional Demócrata de ese año, en el que al margen de una lucha de candidatos escondía también una pugna por marcar la línea ideológica que tomará. Esas dos opciones son personalizadas en Eugene McCarthy y Hubert Humphrey. El ganador es este segundo (representante continuista y belicista), y como no podía ser de otra manera significa una decepción para el músico texano. Una sensación que todavía se incrementará al sufrir en sus propias carnes la represión policial que se produce en las concentraciones contra la guerra de Vietnam que tienen lugar durante el mencionado congreso.

Para darse cuenta de cómo estos acontecimientos influyen en su música bastará con ver la portada de su nuevo disco “Rehearsals for Retirement” (otra vez acompañado del mismo equipo de colaboradores) para descifrarlo a la perfección. En ella observamos su nombre en una lápida fechada en el lugar y el día de la famosa convención. La ironía e incluso el cinismo se expande de manera definitiva en un álbum en el que domina un contexto tendente a la desesperanza, visible en temas como el homónimo, “My Life” o “World Began in Eden and Ended in Los Angeles”. En ésta asoman ya los ritmos rockeros que se van estableciendo en el estilo de Ochs, visibles también en “I Kill Therefore I Am”, en la que arremete contra la violencia policial. Por su parte, “William Butler Yeats Visits Lincoln Park and Escapes Unscathed” retratará lo sucedido en Chicago.

Sin que haya pasado un año, ya está editado un nuevo trabajo, que a la postre será el último con material inédito de su discografía. Esta vez aparece con el sugerente nombre de “Greatest Hits”. Algo más que un indicio para adivinar que se mantiene una mirada cínica ante su realidad, en este caso artística. Para acentuar todavía más esa situación incorpora en la contraportada la frase “50 fans de Phil Ochs no pueden estar equivocados”.

Ataviado con un traje dorado y guitarra eléctrica en mano escenifica la intención que acababa de declarar tras ver en directo a Elvis Presley, convertirse en una mezcla entre “El Rey” y el “Che” Guevara. Una afirmación que a pesar de que pueda sonar impactante y hasta extravagante no está nada alejada de lo que siempre ha pretendido, aunar en un mismo espacio la música y un discurso en busca de concienciar a la gente. Qué mejor manera de llevar a cabo ese propósito que rodearse de músicos procedentes del mundo del rock, que incluye desde Ry Cooder hasta acompañantes del propio Presley o de The Flying Burrito Brothers. Todo ello bajo la dirección del productor Van Dyke Sparks.

Con esos mimbres el trabajo, al margen de su estilo característico, se acerca en muchos momentos a sonoridades country-rock an droll, visible en “My Kingdom for a Car”, “Gas Station Women” o “Chords of Fame”. Esta última, al igual que pasará por ejemplo con “Bach, Beethoven, Mozart and Me”, ironiza sobre la fama y el éxito (algo que nunca llegó a tener). En otro plano se encargará de mostrar grandes dosis de nostalgia. “One Way Ticket Home”, “Jim Dean of Indiana” o la premonitoria “No More Songs”, en la que deja entrever su hartazgo y falta de interés por el poder de la música, derrochan melancolía.

El declive del músico ha tomado un camino irrevocable. En la gira de este último disco, en la que se presenta bajo una formación puramente rockera, a la depresión en la que está inmerso añade una serie de adicciones que tienen por menú una mezcolanza de valiums y alcohol, con las consecuencias lógicas en su cuerpo. Desde este momento, salvo alguna grabación muy esporádica, su trabajo se va a limitar a realizar ciertos conciertos. Entre los más destacados está el que organiza como homenaje a Víctor Jara y Salvador Allende a raíz del golpe de estado de Pinochet. Entre las tablas de este evento estará Bob Dylan, escenificando algo parecido a un reencuentro entre ellos.

La situación personal del compositor no mejora, muy al contrario, sigue en caída libre y se le ve vagabundeando por las calles, enloquecido (diagnosticado más tarde con trastorno bipolar) y metido en problemas con facilidad. A pesar de ese acercamiento aparente con el mítico autor de “Blowin’ in the Wind”, se va a truncar la oportunidad de formar parte de la pantagruélica gira de éste, acompañado de otros artistas, bautizada como Rolling Thunder Revue. En buena medida esa decisión es adoptada por el estado en el que se encuentra Ochs, algo que no aplaca la decepción que siente por ese suceso. Su última actuación en directo va a ser un resumen de su turbulenta carrera, con grandes dosis de grandeza pero acabando en lo patético. En una fiesta en la que se reúne la plana mayor de la Greenwich Village, a finales de 1975 y grabado en el film “Renaldo and Clara”, el de Texas aparece en un estado lamentable que transforma cuando tiene que actuar, haciéndolo de manera soberbia. Para despedirse decide hacer una versión de Bob Dylan. La canción elegida es “Lay Down Weary Tune”, en la que es inevitable no entresacar un fuerte valor simbólico, más teniendo en cuenta que su autor, según cuentan, se negó a subir a acompañarle al escenario.

A los pocos meses, en abril de 1976, el cuerpo de Phil Ochs aparecía ahorcado en la casa de su hermana, en la que se había instalado. Negar que esos últimos hechos fueron determinantes a la hora de tomar esa funesta decisión sería falso, aunque también lo sería obviar que ya estaba inmerso en una dinámica que inducía a ese desenlace. Ponía fin así a una historia personal y musical tan apasionante como dramática. Se trató de un hombre de tremenda sensibilidad, plasmada en sus canciones, que chocó con el compositor que quiso cambiar el mundo pero descubrió que eso era imposible y al que el éxito siempre le dio la espalda, algo que nunca entendió ni creyó justo. Un camino casi opuesto a la deriva de su amigo Bob Dylan, presente como un fantasma durante toda su carrera (ya fuera artística o personal). Y la de Ochs es una historia definitivamente triste porque ni en vida, ni años más tarde, su nombre, a pesar de su magistral legado musical, ha conseguido situarse en lo más alto.

Escrito originalmente para:  http://issuu.com/giradiscos/docs/el_giradiscos_03_mayo_2013?e=6956855/2553767