3 oct 2010

Robert Plant, "Band of joy". Avanzando hacia las raíces


KEPA ARBIZU



Robert Plant, antes de convertirse en unas de las voces más características e importantes del rock por medio de Led Zeppelin, formó parte de un grupo llamado Band of Joy, en el que también se encontraba John Bonham y que se dedicaban a realizar una sorprendente mezcla del folk, blues y otros estilos clásicos con la psicodelia.

Para su nuevo disco el cantante inglés ha decidido tomar aquel nombre y se ha rodeado de músicos de calidad como Buddy Miller, que también ejerce de productor, o la artista country Patty Griffin, que colabora poniendo su voz.

“Band of joy” tanto cronológicamente como en lo musical es una continuación de su afamada y premiada colaboración con Alison Krauss, “Raising sand”. Ambos reivindican, cada uno a su manera, una música basada en las raíces. Aunque hay que aclarar que este último se acerca a ellas de una manera más heterodoxa, mezclando los estilos y jugando con la ambientación en algunos temas, mientras que en el anterior estaba construido en un contexto más clásico.

Ambos álbumes han servido para dar a conocer la existencia de una carrera en solitario de Robert Plant, aunque él llevara desde los ochenta realizando discos con cierta periodicidad bajo su nombre, alguno de ellos tan interesante como “Dreamland” o “Mighty rearranger”.

Centrándonos en su recién editado disco utiliza las mismas armas que su antecesor, abastecerse en su mayoría de temas ajenos, y ya sea por su propio origen o por el modo de interpretarlos, situarlos, en líneas generales, en un escenario donde prevalece la música de raíces.

El inicio, con el tema “Angel dance”, escrito originalmente por Los Lobos, deja claro el papel importante que juega la instrumentación, que en este caso respeta el estilo del grupo angelino y mantiene su característica mezcla de estilos. “House of cards”, composición del matrimonio Thompson (Richard y Linda), en este caso suena algo más electrificada y se impone el sonido de las guitarras sobre el tono folk de la original, sin que eso suponga a la larga una pérdida de su espíritu.

El grueso del disco se basa en el sonido country, aunque moldeado e interactuando con muy diferentes estilos dando un repertorio sonoro bastante amplio. De una manera romántica y cálida, con un deje soul, interpreta “Falling in love again” de los Kelly Brothers. “Central two-o-nine”, compuesta por el propio Plant y Buddy Miller, se sumerge en un sonido country-blues pantanoso y sirve para demostrar que al margen de las versiones, las producciones propias tiene un nivel altísimo. Con el mismo tono se acerca a las tradicionales “Cindy, I´ll marry you someday” y “Satan your kingdom must come down”, esta con la forma de un gospel oscuro y dando a la postre uno de las canciones más impactantes del disco.

“You can’t buy my love” suena con el mismo tono a rock and roll de los 50 con lo que la interpretaba Barbara Lynn, siendo más que obvia su origen como respuesta a la canción de The Beatles. La parte más extraña de este disco, pero que le dota también de una personalidad muy especial, son los dos temas elegidos de los actuales Low. Una banda experta en conseguir ambientes personales. De ellos interpreta “Silver rider” y “Monkey”, dos muestras de rock hipnótico.

Hace poco Robert Plant comentaba que había dejado atrás el rock duro y la herencia de Led Zeppelin. Más que esa sensación, este disco y el anterior, crean la impresión de que lo que ha hecho es retomar una búsqueda de las raíces del rock y por extensión al origen primigenio de la potente banda británica. “Band of joy” contiene esa idea, pero tal y como se desprende de su portada (un payaso de circo), lo hace de una forma arriesgada, dotando a esa música de diferentes matices y sabores, produciendo una amalgama de sensaciones, todas ellas agradables.

Escrito originalmente para:
http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article18801